Elena y Gabriel pasean una noche por el elitesco centro comercial Galerías Los Naranjos. Hay actividad en sus pasillos: centenares de leggins se pasean, rescatando traseros a niñas, adolescentes, jóvenes, mujeres milf, y por qué no, ancianas en intentos desesperados de abrazar con vaginas arrugadas a algún pene inquieto con billetera suculenta que quiera aumentar su lista de víctimas y así inyectar un poco su ego. Olor a crema Dove. Olor a pulcritud, elegancia. Olor a piernas depiladas, olor a ropa interior ubicada estratégicamente entre dos frías y perfumadas nalgas arrogantes que sólo son conquistadas por penes de la misma calaña.
─Verga, Elena, esta vaina es puro caché, ¿no? ─comenta inocentemente Gabriel, que no deja de ver para todos lados.
─Jajaja, ¿por qué lo dices?
─Coño, no sé, veo pura gente bella; todos sin excepción son bellos.
─Estás loco, jaja.
5 minutos después…
─Ser bello es bello, Elena.
─Jajaja, ¿y ser feo es feo?
─Coño… es feo.